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viernes, 9 de marzo de 2012

SOBRE "MORENA", por FAUSTO ALZATI FERNÁNDEZ

copiado de AL SERVICIO DE QUIZÁS  http://ataraxiamultiple.blogspot.com

La retórica es un campo minado. En pocos casos es esto tan evidente como en el de la propaganda electoral; ya con las campañas presidenciales para el 2012 encarriladas, al observar los argumentos es evidente que se asemejan más a aquellos postulados por organizaciones religiosas que a propuestas cívicas o de gobierno. Observamos cómo se perfila, otra vez, la tradicional retórica del “cambio”; en sintonía con las predicciones mayas sobre el 2012, los partidos presentan discursos con fórmulas de rescate ante un inminente “apocalipsis” y ofrecen, de nuevo, la promesa de un estado de emergencia (de excepción) de aquí a que desaparezca la amenaza. Lo paradójico es que presenten la esperanza de modo desesperado. Quizá, a estas alturas, la desesperanza sería un mejor punto de partida; es decir, un discurso que asuma estas amenazas (violencia, crimen organizado, deuda, corrupción, narcotráfico) como sistémicas e internas, y no provenientes de una extraña fuerza del mal, como se planteó el pasado dos de octubre, cuando en el Auditorio Nacional el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) se conformó como asociación civil en pos de lo que ellos mismos definen como “el cambio verdadero”. Tal discurso cuenta con el favor de muchas personas decentes y portadoras de buenas intenciones; sin embargo, esto no basta para lograr una mejoría en las condiciones de vida y el pleno respeto a los derechos de los ciudadanos. Al contrario: el discurso de Morena encajaría con lo que Jonah Goldberg denominó como “fascismo liberal”.
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En las primeras décadas del siglo XX el fascismo se presentó originalmente como una ideología estatalista, cuya intención era utilizar la política para convertir una sociedad de individuos en una masa orgánica. Recordemos que Benito Mussolini inició su carrera política como un agitador socialista, y los nazis se conformaron como un partido nacionalista/socialista provisto de un acentuado repudio por la democracia burguesa y respaldado por ideales ecologistas, mitológicos y espirituales. Aun así, el fascismo fue inicialmente entendido como un movimiento social progresista y nacionalista: en su libro Liberal Fascism (Doubleday, 2008), Goldberg plantea que, antes de iniciar la Segunda Guerra Mundial, el fascismo era una doctrina aceptada por los liberales de izquierda en Occidente. Agrega, además, que el sentido peyorativo del término “fascista”, dirigido a la derecha, adoptó ese significado gracias a José Stalin, quien comenzó a usar el término para designar a sus enemigos.
LENGUAJE FASCISTA
Morena también ofrece “regenerar” a la nación con base en un compromiso colectivo, donde los individuos perderían su individualidad a cambio del bien común gracias a una particular identidad nacional, racial o cultural, y uniéndose alrededor de un enemigo común; de la misma forma el fascismo busca depurar los males que causarían la decadencia de la sociedad, ya sean en forma de ideas, personas, instituciones o empresas. Con base en estas políticas de identidad colectiva, y con la urgencia de “limpiar” o “rescatar” a la nación, este tipo de organizaciones buscan situarse más allá del debate público funcionando de manera similar a como lo hacen las sectas, donde el “otro” —el crítico, el escéptico, el disidente— siempre queda cancelado y silenciado por una interpretación del mismo como un enemigo bajo los cánones de la secta. Así, siendo tan obvia la bondad de su discurso, y sumado esto a la emergencia, sólo queda el llamado a la acción, pero no como alternativa sino como ultimátum.
Por algo la letra del himno de Morena —una versión de pop político-evangelista a la Juanes, con su video musical muy al estilo Telehit— dice así: “Vamos unidos a la faena por la regeneración total/ Morena/ La vida pública lograremos regenerar/ Morena/ El pueblo puede salvar al pueblo, ¡tengamos fe!”; de entrada, “el pueblo” figura como una masa demográficamente parcial cuya función es avocarse a purgar de sus imperfecciones al resto de la sociedad. Luego entra en juego la cuestión de la salvación, que conduce, inevitablemente, a la fe: en el caso de Morena se promete “re-ligarnos” con el buen camino a través de la salvación política gracias siempre a la conducción de un redentor o caudillo. La alusión a la fe en el himno remite al modo en que las sectas religiosas prometen resultados siempre diferidos, nunca palpables en el presente, que sin embargo requieren de sacrificios y de esfuerzos por parte de una colectividad que rebasa al individuo, mismo que se pierde en la masa.
Los casos más explícitos de este discurso público generan lo que se conoce como políticas de sentido, por las que los partidos que las sustentan ofrecen gratuitamente un sentido de vida a sus seguidores. Tal como los infomerciales, dan consejos que nadie pide; este modo de prescribir una espiritualidad federal es parte fundamental del fascismo: una religión del Estado, o hacer del Estado una religión. Pero el Estado no tiene porque darle sentido a la vida de un individuo; tiene el deber, más bien, de legislar apropiadamente las instituciones encargadas de salvaguardar las libertades individuales, por las que cada individuo sería responsable por el sentido que le otorga a su propia vida, sin requerir de un Estado paternalista que lo infantilice.
“CREDO” DE LA REPÚBLICA AMOROSA
Andrés Manuel López Obrador (AMLO) propuso las bases de su proyecto “Fundamentos para una república amorosa” en La Jornada el pasado seis de diciembre: “El amor. Como hemos sostenido, la crisis actual se debe no sólo a la falta de bienes materiales sino también por la pérdida de valores. De ahí que sea indispensable auspiciar una nueva corriente de pensamiento para alcanzar un ideal moral, cuyos preceptos exalten el amor a la familia, al prójimo, a la naturaleza y a la patria”. Pero ¿qué no son los ideales morales valores enteramente subjetivos? El problema con estos discursos moralistas es que subordinan los hechos a sus ideales, perdiendo de vista las mejorías requeridas para el buen funcionamiento del Estado a cambio del justificante de conceptos abstractos. Habrá que preguntarse si AMLO realmente cree en su discurso, o si éste es meramente un esfuerzo de marketing para lograr su objetivo inmediato. Sería más respetable la segunda posibilidad, porque de ser esto genuinamente un credo o una convicción personal, develaría un tremendo menosprecio por los interlocutores ciudadanos: los individuos olvidados en esa amorfa masa orgánica a la cual llama “pueblo”.
El himno de Morena sigue así: “Raza de bronce, de piel morena, pueblo de México en general/ Si este pueblo se organiza no nos gana Televisa” (…) “Morena imagen. Guadalupana morena. Madre de la nación, protege la lucha mexicana, cuida las urnas en la elección”. Aparte de la apelación a una particular identidad racial y a la iconografía religiosa de la Virgen de Guadalupe, la trama es digna de una telenovela de Televisa de las que tanto reniegan: una batalla entre buenos y malos empecinada en reducir la complejidad de los factores a un simplismo brutal. Para saber quiénes son los buenos y quienes los malhechores, basta con mirar su Eje del mal, una lista de 30 personas influyentes en México que designan como La Mafia, causantes, según la amorosa Morena, de todos los males.


No se olvida que en un país como éste, con monopolios mediáticos, cabe considerarse seriamente el rol de los medios en la construcción de la democracia; tanto como resulta crucial reexaminar los modelos de mercado que hoy en día operan parasitariamente. Pero, paradójicamente, sólo es posible asumir este reto sin idilios caudillistas megalómanos ni utopías, sino con una postura más analítica y menos reactiva. A pesar de tanto sospechosismo en el discurso de Morena, me pregunto por qué a sus miembros no les parecen también sospechosas sus convicciones: se erigen como poseedores de la verdad y, tras haber descubierto el hilo negro, están dispuestos a desengañarnos de las maniobras de las televisoras, de las empresas, de los poderes fácticos o de cualquier político que no sea el suyo en una tremendamente organizada conspiración que los ataca por ser buenos, y donde cualquier crítica no es crítica sino parte del complot. A los fieles de Morena no parece quedarles otra sentencia que aquella que dictó Jacques Lacan a los estudiantes que protestaban en 1968 en Francia: “Quieren nuevos amos, y ¡Los tendrán!”.

OPINIÓN DEL ADMINISTRADOR DE "LA UNIDAD MORELOS": Pertenezco a MORENA, no lo puedo negar, pero es bueno y sano leer y atender todo tipo de críticas, sobre todo cuando vienen de un excelente ciudadano mexicano como FAUSTO ALZATI FERNÁNDEZ.

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