DE CÓMO TÍO CONEJO SALIÓ DE UN APURO
Una de las razones por la cuales Carmen Lyra es aún tan conocida y querida en la literatura costarricense es por que sus cuentos eran los cuentos del pueblo, tal y cual eran contados por la tía Panchita; por supuesto en mi versión lo he traído un poco más a nuestra forma de hablar actual, pero la historia va tal cual ella la plasmo en papel después de escucharlo.
Pues verán, no estoy bien en qué fue lo que le hizo Tío Conejo a Tío Tigre, el caso es que lo dejó muy ardido y con una ganas de desquitarse y juró que con esas ganas no se iba a quedar.
El pobre Tío Conejo vio la cosa de color de hormiga, así que disidió poner tierra de por medio entre él y Tío Tigre.
Tío Tigre buscó a unos amigos para que le ayudarán a dar con Tío conejo, y les ofreció una plata a cambio de cualquier información que lo llevaran al lugar donde este se escondía. Tía Zorra, que era muy amiga de quedar bien, además de que también quería cobrarle una mala pasada que Tío conejo le había hecho, le dijo que dejaba de llamarse así si no daba con ese sinvergüenza.
Y no fue cuento, desde ese día Tía Zorra no dejó de buscar a Tío Conejo, asta por debajo de las piedras. Busca y busca un día lo pilló entrando a una cueva. Esperó escondida a ver si se salía, y como no lo hizo se acerco muy despacio para ver que sucedía, y se encontró a Tío Conejo ronca y ronca muy cómodo sobre un colchón de yerba seca.
Muy decidida se alejo muy despacio para no despertar a Tío Conejo y corrió tanto como pudo para llevarle la noticia a Tío Tigre. Cuando llegó Tío Tigre le advirtió que si era una mala broma coma las de Tío Conejo ella también se las iba a pagar todas juntas. Tía Zorra lo llevó hasta el lugar donde Tío Conejo se escondía, cuando estaban casi por llegar Tía Zorra le dijo a Tío Tigre que se quedara atrás bien callado, por que si no se paseaba en todo.
La entrada de la cueva era muy angosta y Tío Tigre apenas pudo meter una mano con la gran suerte de que Tío Conejo aún estaba bien dormido allí dentro, tanteando y tanteando loro ponerle la manota sobre la panza de Tío Conejo que al despertar se quedó de una pieza. Al mirar bien quien lo tenía agarrado por la mitad no le quedó duda; Tío Conejo pensó tan rápido como pudo y lo único que se ocurrió fue poner su voz tan ronca como pudo y dijo:
_¡Quién me agarró la muñeca!_
La voz que salía de la cueva sonaba muy fea, parecía salir de una boca muy grande. A Tío Tigre se le enchinó todo el cuerpo y empezó a preguntarse en un puro temblor ¿De quién era la voz que escuchaba?¿Y si esa era la muñeca, cómo era la mano?.
Tío Tigre se la creyó todita, convencido de que había dado con un gigante y que Tía Zorra solo quería salir de él. Entonces sin esperar razones o explicaciones de Tía Zorra se largo por el primer camino que pudo coger, dejando a Tía Zorra con un palmo de narices.
Pues verán, no estoy bien en qué fue lo que le hizo Tío Conejo a Tío Tigre, el caso es que lo dejó muy ardido y con una ganas de desquitarse y juró que con esas ganas no se iba a quedar.
El pobre Tío Conejo vio la cosa de color de hormiga, así que disidió poner tierra de por medio entre él y Tío Tigre.
Tío Tigre buscó a unos amigos para que le ayudarán a dar con Tío conejo, y les ofreció una plata a cambio de cualquier información que lo llevaran al lugar donde este se escondía. Tía Zorra, que era muy amiga de quedar bien, además de que también quería cobrarle una mala pasada que Tío conejo le había hecho, le dijo que dejaba de llamarse así si no daba con ese sinvergüenza.
Y no fue cuento, desde ese día Tía Zorra no dejó de buscar a Tío Conejo, asta por debajo de las piedras. Busca y busca un día lo pilló entrando a una cueva. Esperó escondida a ver si se salía, y como no lo hizo se acerco muy despacio para ver que sucedía, y se encontró a Tío Conejo ronca y ronca muy cómodo sobre un colchón de yerba seca.
Muy decidida se alejo muy despacio para no despertar a Tío Conejo y corrió tanto como pudo para llevarle la noticia a Tío Tigre. Cuando llegó Tío Tigre le advirtió que si era una mala broma coma las de Tío Conejo ella también se las iba a pagar todas juntas. Tía Zorra lo llevó hasta el lugar donde Tío Conejo se escondía, cuando estaban casi por llegar Tía Zorra le dijo a Tío Tigre que se quedara atrás bien callado, por que si no se paseaba en todo.
La entrada de la cueva era muy angosta y Tío Tigre apenas pudo meter una mano con la gran suerte de que Tío Conejo aún estaba bien dormido allí dentro, tanteando y tanteando loro ponerle la manota sobre la panza de Tío Conejo que al despertar se quedó de una pieza. Al mirar bien quien lo tenía agarrado por la mitad no le quedó duda; Tío Conejo pensó tan rápido como pudo y lo único que se ocurrió fue poner su voz tan ronca como pudo y dijo:
_¡Quién me agarró la muñeca!_
La voz que salía de la cueva sonaba muy fea, parecía salir de una boca muy grande. A Tío Tigre se le enchinó todo el cuerpo y empezó a preguntarse en un puro temblor ¿De quién era la voz que escuchaba?¿Y si esa era la muñeca, cómo era la mano?.
Tío Tigre se la creyó todita, convencido de que había dado con un gigante y que Tía Zorra solo quería salir de él. Entonces sin esperar razones o explicaciones de Tía Zorra se largo por el primer camino que pudo coger, dejando a Tía Zorra con un palmo de narices.
SALIR CON DOMINGO SIETE
Había una vez dos compadres güechos, uno rico y otro pobre. El rico era muy mezquino, de los que no dan sal ni para un huevo, el pobre, iba todos los viernes a cortar leña que vendía cuando estaba seca.
Uno de tantos viernes se extravió en la montaña, y le cogió la noche sin poder dar con la salida. Cansado de andar de aquí y de allá, resolvió subirse a un árbol para pasa allí la noche. Ató al tronco el burro que le ayudaba en su trabajo y él se encaramó casi hasta el cucurucho. Al rato de estar allí, vio de pronto que a lo lejos se encendía una luz. Bajó y se encaminó hacia ella. Cuando la perdía de vista, subía a un árbol y se orientaba. A irse acercando, vio que se trataba de una gran casa iluminada situada en un claro del bosque. Parecía como si en ella se celebrara una gran fiesta. Se oía música, cánticos y carcajadas.
El hombre aseguró a su bestia y se fue acercando poquito a poco.
La parranda era muy adentro, por que las salas que estaban en la entrada se encontraban vacías. En puntillas se fue metiendo, se fue metiendo hasta que dio con lo que era; se escondió detrás de una puerta y se puso a curiosear por una rendija: la sala estaba llena de brujas mechudas y feas que bailaban pegando brincos como los micos y que cantaban a gritos esta única canción:
Lunes y martes y miércoles tres.
Pasaron las horas y las brujas no se cansaban de sus bailes y siempre en su dele que dele:
Lunes y martes y miércoles tres.
Aburrido el compadre pobre de oír la misma cosa, agregó cantando con su vocecilla de güecho:
Jueves y viernes y sábado seis.
Gritos y brincos cesaron...
-¿Quien ha cantado?- preguntaron unas.
-¿Quien ha arreglado tan bien nuestra canción?- decían otras.
-¡Qué cosa más linda!, ¡Quien ha cantado así merece un premio!
Todas se pusieron a buscar y por fin dieron con el compadre pobre, que estaba en un temblor detrás de la puerta.
¡Ave María! no hallaban dónde ponerlo: unas lo levantaban, otras lo bajaban, y besos por aquí y abrazos por allá.
Una gritó: -Le vamos a cortar el güecho.
Y todas respondieron: ¡Sí, sí!
El pobre hombre dijo:- Eso sí que no!
Pero antes de acabar, ya estaba la inventora rebanándole el güecho con un cuchillo, sin que él sintiera el menor dolor y sin que derramara una gota de sangre. Luego sacaron del curto de sus tesoros sacos llenos de oro y se los ofrecieron en pago por haber terminado su canto.
Él trajo su burro, cargó los talentos y partió por donde las brujas le indicaron. Al alejarse las oía desgañitarse:
Lunes y martes y miércoles tres.
Jueves y viernes y sábado seis.
Sin dificultad llegó a su casita, en donde su mujer y sus hijos le esperaban acongojados porque temían que le hubiera pasado algo.
Les contó su aventura y mandó a su esposa que fuera adonde el compadre rico y le pidiese un cuartillo para medir el oro que traía.
Ella fue y dijo a la mujer del compadre rico, que estaba sola en casa: - Comadrita,¿quiere prestarme un cuartillo? Es que vamos a medir unos frijolitos que cogió mi marido.
Pero la mujer del compadre rico se puso a pesar:-Cállate, ¿acaso tu marido a sembrado nada? ¿Quién mejor que nosotros sabe que no tiene más terreno que ese en que están clavadas las cuatro estacas del rancho?
Y untó de cola el fondo del cuartillo para averiguar qué iban a medir sus compadres pobres.
Éstos midieron tantos cuartillos de oro que hasta perdieron la cuenta.
Al devolver la medida, no se fijaron que en el fondo habían quedado pegadas una cuantas monedas. La comadre rica que era muy angurrienta, y que no podía ver bocado en boca ajena, al ver aquello se santiguó y se fue a buscar a su marido
-Mirá,¿vos decís que tu compadre es un arrancado, que tiene casi que andar con una mano atrás y otra delante para taparse, que no tiene dónde caerse muerto?. Pues estás muy equivocado...
-Y la mujer mostró el cuartillo, contó lo ocurrido y lo estuvo cucando hasta que hizo al compadre rico irse a buscar al compadre pobre.
-Ajá, compadrito - le dijo - ¡Qué indino es usté! ¿Con que tenemos que medir el oro en cuartillo?.
El otro, que era un hombre que no mentía, contó su aventura sencillamente.
¡El rico volvió a su casa con una envidia!
La mujer le aconsejó que fuera al monte a cortar leña.-Quién quita - le dijo- que te pase lo mismo.
-El viernes muy de mañana se puso en camino con cinco mulas y todo el día no hizo más que volar hacha.
Al anochecer se metió en lo más espeso de la montaña y se perdió.
Se subió a un árbol, vio la luz y se fue hacia ella. Llegó a la casa en donde las brujas celebraban cada viernes sus fiestas. Hizo lo mismo que su compadre pobre y se metió detrás de la puerta. Estaban las brujas en lo mejor del canto:
Lunes y martes y miércoles tres.
Jueves y viernes y sábado seis.
Cuando la vocecilla del güecho cantó, toda hecha un temblor:
Domingo siete...
¡Ave María! ¡Para qué lo quiso hacer!
Las brujas se pusieron furiosísimas a jalarse las mechas y a gritar de cólera:
-¿Quién es el atrevido que nos ha echado a perder nuestra canción?
-¿Quién es quien ha salido con ese "Domingo Siete"?
Y buscaban enseñando los dientes, como los perros cuando van a morder.
Encontraron al pobre hombre y lo sacaron a trompicones y jalonazos.
-Vas a ver lo que te va ha pasar, güecho de toditita la trampa - dijo una que salió corriendo hacia el interior. Luego volvió con una gran pelota entre las manos, que no era otra cosa que el güecho del compadre pobre, y ¡pan! lo plató en la nuca del infeliz, en donde se pegó como si allí hubiera nacido. Le desamarraron las mulas, libraron de sus cargas de leña y las echaron monte adentro.
Al amanecer fue llegando mi compadre rico a su casa con dos güechos, todo dolorido y sin sus cinco mulas y por supuesto, a la vieja se le regaron las bilis y tuvo que coger cama.
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