copiado de CONTRALÍNEA http://contralinea.com.mx
Rezago en la sierra zapoteca
Marginados, casi 3 mil indígenas sobreviven
con enfermedades crónicas, analfabetismo y desempleo. Enclavado en la
sierra zapoteca se encuentra el sexto municipio más pobre del país,
según revela un estudio elaborado por la ONU
Erika Ramírez / David Cilia, fotos / enviados
Santa Lucía Miahuatlán, Oaxaca. Elena mece su
cuerpo para aplacar el frío, acerca sus manos a los leños de ocote y
las frota continuamente, tose, se estremece: una punzada ataca su
cabeza. La mujer zapoteca dice que ya “le agarró la tida”.
Se protege del crudo clima con un vestido
hecho con retazos de diversas telas y un suéter viejo y remendado, que
le quedaría a un niño. Sus pies desnudos tocan la tierra húmeda; ella
carraspea. Elena Pérez Mendoza no encuentra la cura para su mal.
Con voz débil, casi inaudible, reza sus
padecimientos a Filiberto Hernández, regidor de salud en la cabecera
municipal. La mujer de 67 años enfermó en junio pasado. Una tos
constante lastima su garganta, dolores agudos de cabeza, estómago y un
aire gélido que recorre por el interior de su cuerpo son las molestias
que no la dejan; los indígenas de la región llaman “tida” a esta
dolencia y parece que ningún medicamento le hace efecto.
En la clínica del Instituto Mexicano del
Seguro Social (IMSS) de su comunidad, le recetaron antibiótico y
antinflamatorios para mitigar los síntomas. Sin embargo, sus
condiciones de vida no le permiten recuperar la salud.
DÉ CLIC EN "Más información" Y LEA TEXTO COMPLETO:
Delgada, de piel marchita y cabellos
encanecidos, Elena habita en una choza que tiene el piso de tierra,
construida con varas de caña seca, plástico, desechos de cartón y
lámina. No hay, siquiera, adobe que resguarde un poco el calor ni techo
que evite la humedad.
Su esposo, Tiburcio Hernández, es jornalero.
Trabaja dos veces por semana, cuando los “patrones” del distrito más
cercano (Miahuatlán) lo contratan para la limpia de milpa. A sus casi
70 años es difícil ser productivo y por eso alcanza a reunir, apenas,
100 pesos a la semana para cubrir las necesidades de su familia.
Elena y Tiburcio fueron abandonados hace
varios años por sus tres hijos y ahora cuidan de dos nietos que
quedaron en la orfandad. Filiberto Hernández dice que la pareja de
ancianos conforma la familia más pobre de la región. Su milpa no rinde
para todo el año, no tienen ningún apoyo gubernamental ni documentos
oficiales que les permita acceder a ellos, mucho menos suficientes
recursos económicos para subsistir.
Ellos viven en la cabecera municipal de Santa
Lucía Miahuatlán, a una hora de camino del distrito que lleva el mismo
nombre –donde la urbanización está casi al ciento por ciento–, pero su
miseria no permite que alcancen a recibir algún beneficio del
desarrollo.
Vivir en esta región rodeada de montes es
sinónimo de marginación. Aquí, los niños mueren por desnutrición, las
mujeres padecen de anemia crónica y los ancianos quedan en el olvido.
Un estudio, elaborado por el Programa de las
Naciones Unidas para el Desarrollo y la Comisión Nacional para el
Desarrollo de los Pueblos Indígenas de México, revela que Santa Lucía
Miahuatlán, Oaxaca, es el sexto municipio más pobre del país.
El documento de la ONU, elaborado en 2006,
indica que el índice de desarrollo humano de la región es de 0.4833, lo
que significa que en el pueblo hay niveles de pobreza similares a los
de África del Sur.
Además de éste –ubicado en uno de los ramales
de cordillera de la Sierra Madre del Sur–, otras mil 884 jurisdicciones
de todo el país se encuentran en escenarios similares de precariedad,
pues tienen una “elevada población rural, considerables rezagos en
educación y salud y un bajo ingreso económico”.
El informe asevera que “en estos municipios es
urgente la atención social y la inversión pública y privada, así como
la dotación [de] infraestructura en materia de salud, educación, agua,
drenaje y carreteras que permitan tener comunicados a los municipios”
(Contralínea, 72).
La Cofradía
Más allá de la cabecera municipal, a una hora
de camino en camioneta de redilas y a casi dos de andar a pie, como
llegan casi todos los pobladores, se encuentra la ranchería más
abandonada de la zona zapoteca, La Cofradía.
Durante el día, la comunidad parece un pueblo
fantasma, sólo se alcanzan a ver algunas mujeres que trabajan la tierra
para poder, un año después, cosechar algo. Hombres y niños han salido a
buscar trabajo, se alquilan como ayudantes de albañil o jornaleros en
el distrito. Si bien les va, llegan hasta la capital del estado para
ganar unos cuantos pesos más.
En esta localidad, la única construcción firme
que se sustenta con varillas, tabiques y cemento, es la iglesia. La
casa de salud apenas la empiezan a levantar, no se sabe cuándo
terminarán la obra. Todo depende de cómo vayan llegando las aportaciones
de la gente que se fue a trabajar al norte del país o a Estados
Unidos, de los recursos que entregue el municipio y del tiempo que
tengan los hombres para hacer la mezcla y levantar los muros.
Agustín permanece sobre la tierra, arrastra
dos camionetas de plástico que son sus únicos juguetes. Para el niño,
que tiene cinco años, es día de descanso. En jueves, su madre se da
licencia de no salir a buscar empleo para trabajar en su milpa.
Elena Reyes es una mujer que no rebasa los 25
años, carece de estudios básicos, no habla español y su modo de vida
depende de que consiga colocarse como trabajadora doméstica o labriega
en parcelas ajenas. Ella es madre soltera y Agustín es su pequeño
ayudante.
Madre e hijo parten todos los días de La
Cofradía apenas sale el sol. Si es posible (pues no siempre tienen
dinero para pagar el pasaje), suben a la camioneta de redilas que lleva
por montones a otros campesinos, los destinos son: el pueblo, la urbe y
la capital, según se tenga para pagar el pasaje, que cuesta 15 pesos
mínimo.
Filiberto Hernández, regidor de salud del
municipio, traduce al español las palabras tímidas de Elena. Para ella,
lo único importante es poder tener una vivienda. “Aquí nos hace falta
una casa porque no tenemos dinero para hacerla”, dice.
La mujer indígena vive en un cuarto de adobe
con piso de tierra y techo de lámina. Ahí duermen: su pequeño, su madre
y un hermano, que no tienen más pertenencias que dos camastros, una
grabadora y algo de ropa. Todas las familias de esta localidad pasan
así sus días.
Escuálido, descalzo, con apenas una playera
corroída y un pants que le queda corto, Agustín sigue en su juego,
imita el ruido de las camionetas que a diario lo llevan a trabajar,
junto a su madre. Él debió iniciar este año la educación preescolar,
“pero no se puede porque siempre anda con su mamá, ya sabe limpiar la
milpa”, argumenta Filiberto.
El pequeño, como casi todos los de la región,
no tiene más alimento que el maíz, el frijol y las yerbas. Su rostro
está lleno de jiotes y su estatura es la de un niño menor a la de su
edad. “Comemos lo mismo que todo el pueblo, por eso la gente ya no
quiere vivir aquí. Todo está triste”, lamenta Elena. No hay leche ni
carne, tampoco verduras que pudieran nutrir un poco más a las personas
de este municipio.
Para llegar a esta comunidad es necesario
recorrer un largo camino de terracería, que en temporada de lluvias se
enloda y ocasiona que los vehículos, que en otras temporadas bajan a la
ranchería, eviten el camino. Todo se paraliza.
El abandono
En Santa Lucía Miahuatlán, morir por
desnutrición no es extraño. La mayoría de la población se encuentra en
ese estado de salud y los niños son los más afectados. Luis Chávez
Sánchez, el único doctor que brinda atención en la zona, dice que las
estadísticas poblacionales no son nada alentadoras.
El informe que emite la clínica rural del
IMSS, elaborado en diciembre pasado, señala que existen 106 niños
menores de cinco años con problemas alimenticios: 96 con desnutrición
leve y 10 moderados.
Un año antes, en ese centro de salud fue
atendido un pequeño de seis meses de edad en un estado crítico de
extenuación. “Ni siquiera estaba registrado, no tenía nombre y mucho
menos se le habían aplicado las primeras vacunas”, explica el médico.
El bebé llegó con el peso de un niño recién
nacido: tres kilos, cuando el ideal era de seis. “Estaba marasmático:
delgadito, con el vientre abultado y el tórax raquítico. Su cabeza era
grande, los ojos hundidos y con lesiones en las comisuras labiales por
falta de vitaminas. Las extremidades mostraban sus huesos, eran muy
delgadas, parecían hilos. La madre prefirió dejarlo morir porque había
otros niños que atender”.
El paradero del cadáver se ignora, “parece que
fue enterrado en la clandestinidad. Lo triste de todo esto es que
cuando hay un niño así, los hermanos tienen el mismo problema, hay una
cadena de desnutrición. Aquí la gente come frijoles, tortilla, salsa y
café, no más”.
Además de los problemas de inanición, evidente
en los pobladores, las enfermedades respiratorias prevalecen todo el
año. Enclavada en la sierra zapoteca, esta jurisdicción tiene un clima
frío permanentemente que provoca neumonías, gripes y otros males
respiratorios “leves”.
En 2006, las infecciones pectorales agudas
ocuparon el primer lugar en la lista de padecimientos, se registraron
316 casos. Chávez Sánchez explica que, además de las inclemencias del
tiempo, los habitantes de esta zona padecen de estas complicaciones
porque las condiciones de vivienda no les permiten evitar la
enfermedad.
“Nosotros hemos analizado y vemos que las
personas viven en un cuarto, donde se cocina, se duerme y se come. Las
chozas, generalmente, tienen entrada de aire por el techo, porque no
están bien selladas, y aquí hace mucho frío. Las personas están
expuestas a los cambios bruscos y al hacinamiento; hay familias de ocho
integrantes que ocupan un solo cuarto y todos se contagian”, explica
el médico.
El encargado de la clínica rural desde hace
tres años lamenta que en las rancherías no haya más médicos, “hay casas
de salud que son atendidas por las asistentes rurales, pero estas
personas lo único que saben hacer es vacunar y dar pastillas para
dolores leves”.
El desasosiego
Ismael lava algunas prendas en un lavadero
improvisado. Tiene 12 años y comienza a hacerse cargo de las labores
domésticas porque Claudia, su madre, está enferma. Cayó en cama hace
algunos meses por una anemia aguda que la mantuvo durante una semana en
el hospital del distrito. Cuando regresó a casa, su estado de salud no
había mejorado.
Su estómago no resistió más: mareos, vómitos y
el desfallecimiento fueron los síntomas de alerta que la remitieron a
una clínica de segundo nivel, pues la que hay en su comunidad sólo
brinda atención preventiva.
Llegó al hospital de Miahuatlán sin aliento,
los médicos la estabilizaron y le pidieron que se hiciera estudios para
saber qué pasaba con ella. Los primeros, en donde se detectó la
anemia, costaron mil 400 pesos. Pidieron que se hicieran más análisis
en un laboratorio particular, pero costaban 3 mil pesos y no fue
posible realizarlos.
Claudia Florencia pasa sus manos por el
rostro, como si sintiera desesperación, habla lento y bajito desde el
portal de su cocina: “Mejor me regresé a mi casa porque ya no me
alcanzaba. Todavía no me siento bien. Estoy agotada, débil, sin fuerzas
para trabajar”, dice en zapoteco.
La mujer de 30 años es madre de Ismael y
Severino, dos niños que a sus 12 y seis años comienzan a asumir
responsabilidades mayores. El más grande llegó al sexto grado de
primaria, le gustan las letras y se siente orgulloso de que el año
anterior obtuvo una calificación de 7.2 en el promedio anual.
En las paredes de su casa cuelgan algunas
cartulinas con dibujos alusivos a la extinción de especies animales y
la dieta básica para una buena alimentación: cereales, frutas, verduras
y proteína animal. Él y su familia carecen de todo esto.
“Yo quiero ser campesino y albañil como mi
papá”, dice el pequeño que este año terminará con los estudios de
educación básica y no sabe si seguirá la escuela. Lo que más le gusta
hacer es dibujar y comer plátanos y carne, “pero aquí no hay”, por el
contrario, asiste a la escuela con el estómago vacío, si acaso con un
“trago” de té de canela u hojas de naranjo. Después de clases ya comerá
frijoles y tortilla.
El reporte de salud en el municipio señala que
en 2006 la anemia ocupó el tercer lugar entre las enfermedades que más
afectaron a los pobladores, 46 casos requirieron atención de segundo
nivel, y después de ésta, hubo 41 enfermos de gastritis y 38 con
diarrea.
El atraso
El médico rural, que ha recorrido diversas
poblaciones de la sierra y la costa oaxaqueña, hace un diagnóstico de
la situación en la que sobreviven los pobladores de Santa Lucía
Miahuatlán y dice que “uno de los obstáculos más grandes es el idioma,
ya que cuando vienen los empleados gubernamentales a repartir los
apoyos de Oportunidades (el único que llega a casi el 50 por ciento de
los habitantes) no pueden comunicarse, la gente no entiende.
“El problema es que los técnicos no hablan la
lengua. Si quieren traer más programas es necesario que los bajen en
zapoteco y haya un seguimiento de ellos”, dice.
Luis Chávez Sánchez informa que entre los
atrasos de la población, que cuenta con casi 3 mil habitantes, la
educación es el más lamentable. “Hay 517 analfabetas de más de 12 años,
con primaria incompleta 372, secundaria incompleta 308 y al nivel
medio superior sólo han llegado 18 estudiantes”.
Aquí se acaban los sueños de seguir estudiando
apenas se aprende a leer y escribir. Después de ello, la gente quiere
salir a Sinaloa, Baja California o Estados Unidos: “se corrió la voz de
que el bienestar estaba en el norte y familias enteras han emigrado. Es
paradójico que tan cerca del desarrollo, la comunidad esté sumida en
el atraso”, exclama.
Hace cuatro años, Contralínea visitó el
municipio de Santa Lucía Miahuatlán, ahí vivía la familia Santiago
Hernández, en una casa de adobe, en lo alto del monte: tres niñas con
rasgos visibles de desnutrición y sus padres. Ahora se sabe que Mauro,
el padre, decidió partir a Sinaloa hace dos años y llevó con él a sus
hijas y esposa. No corrió con suerte, porque la más pequeña, Carmelita,
enfermó. Se intoxicó con los químicos que se riegan en los sembradíos
de jitomate, cuenta Filiberto Hernández, regidor de salud en la
cabecera municipal.
Los números
El Consejo Nacional de Población
registra en los Índices de Marginación 2005 que en Santa Lucía
Miahuatlán hay 3 mil 23 habitantes, de los cuales, el 90.27 por ciento
ocupan viviendas con piso de tierra; el 45.41 por ciento es analfabeta
(en edad de 15 años o más), el 72.68 por ciento tiene primaria
incompleta y el 11.53 por ciento ocupa viviendas sin drenaje ni servicio
sanitario.
Estas cifras hacen que la
institución gubernamental indique que hay un grado de marginación “muy
alto” y coloque al municipio como el sexto más marginado en el estado y
el 15 a nivel nacional.
De acuerdo con información de la
Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol), el municipio tiene una
población económicamente activa de 648 personas, la mayoría (551)
dedicados a la agricultura, ganadería, aprovechamiento forestal, pesca y
caza; mil 223 personas que no cuentan con trabajo, 169 estudiantes, 528
dedicados a los quehaceres del hogar y sólo un jubilado.
La Sedesol informa que hay 438
personas que no reciben ingresos y de los que sí, 30 obtienen hasta el
50 por ciento de un salario mínimo (25 pesos por día); otros 53, más
del 50 por ciento (unos 30 o 40 pesos diarios) y 63 hasta un salario
que oscila entre los 47.60 pesos y los 50.57 pesos.
Santa Lucía Miahuatlán está
conformada por las rancherías: Carrizal, Llano Grande, San Isidro,
Cofradía, Río Comal, San Marcos la Chinilla y El Sumidero.
|
DD
DD
No hay comentarios.:
Publicar un comentario