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martes, 23 de octubre de 2012

GASTÓN BACHELARD


copiado de LA JORNADA SEMANAL http://www.jornada.unam.mx/

Bachelard: filosofía de agua y sueños
Antonio Valle
A Francisco Valle Courtois

En esta temporada de tsunamis y tormentas volví a pensar en Gastón Bachelard. Entre su vasta bibliografía encontré El agua y los sueños, que forma parte de un cuarteto de ensayos en los que explora la imaginación poética en relación con los elementos. Esas fuerzas imaginantes, dice Bachelard, “ahondan en el fondo del ser, quieren encontrar en el ser a la vez lo primitivo y lo eterno.” Para probar el paso del tiempo en este ensayo, reflexioné en algunas de sus tesis que indagan en las obras de algunos narradores y poetas, a los que me permití incorporar nueva bibliografía y algunas experiencias desde el self. Ya en las sagas griegas se observa la fusión de las aguas reales con las aguas imaginarias, provocando que algunos fabulistas de mitologías –precursores de Bachelard y de Roland Barthes, entre otros– elaboraran bellísimas cartografías literarias y marítimas. Tal vez por eso algunos lectores de este “soñador de palabras” aseguran sentir una sensación oceánica cuando leen ese memorable ensayo. Como Freud empleó el concepto “oceánico” para describir un estado mental sumamente placentero producido por el yoga, pensé que no puede haber lectura más afortunada que la que reconoce los beneficios que un libro le lleva a su lector. Esto no es nuevo: en su pequeño libro De cómo se salvó Wuan-Fo, Margueritte Yourcenar describe algunos de los milagros que puede hacer el arte fusionado con el mar. Así, El agua y los sueños me ha provocado sensaciones semejantes aunque paradójicas; por ejemplo, cuando Bachelard aborda las Narraciones extraordinarias, de E.A. Poe, ese libro con el que miles de jóvenes se han iniciado en el culto que funde la belleza con el horror; fenómeno histórico que sólo se explica por una eficacia literaria que, como dice Bachelard, reúne lo primitivo y lo eterno. En el fondo de la fascinación que siento por Poe subyacen algunas similitudes entre su historia real con algunos pasajes de mi vida. Como parte de esa oscura coincidencia –génesis de un antiguo mal marino– existe un sueño que W.H. Auden consigna en su precioso libro Iconografía romántica del mar, que al paso de los años “se me ha ido mezclando” con un sueño recurrente de tsunamis. Luego, estimulado por el “método mixto” de Bachelard, encontré el poema “Lluvias”, de Saint-John Perse, y no menos refrescante fue volver a Moby Dick, de Melville, y a El Leviatán, de Roth –ambas obras maestras forman parte del patrimonio de las mentes más plásticas que he tenido en suerte conocer. Por otra parte, un amigo muy apreciado me dio a leer la antología Sin perdón ni olvido, de Paul Celan, en la versión al español de José María Pérez Gay. Una de sus composiciones más conmovedoras dice: “Madre, he escrito cartas, Madre, no llegó ninguna respuesta.” Abatido por los tristísimos versos del poeta rumano que se suicidó en el Sena, busqué una desdicha más atemperada por la literatura y recordé La leyenda del santo bebedor que Joseph Roth escribió con tintes de ironía antes de morir. Desde luego en el mapa bachelardiano no pueden faltar Las olas y Al faro de Virginia Wolf, cuya muerte (ilustrada por el título de una novela de Julieta Campos) se define como una muerte por agua. Debido a situaciones como ésta, me ha resultado difícil separar las aguas trágicas del Sena de Paul Celan, de las aguas festivas de Henry Miller o de las aguas metafísicas de Julio Cortázar; cuyos afluentes poéticos se comunican con el Río de la Plata de Oliveira y con el de Santa María de Onetti. Como parte de esta navegación en distintos tiempos, geografías y espejos, es ineludible mencionar al magnífico poeta Nezahualcóyotl que nació y vivió en la región lacustre de Tenochtitlan y Texcoco. En esta nueva cartografía que, preciso recordarlo, es un homenaje a Bachelard, hallé de nuevo la felicidad en Novalis, quien escribió esta maravilla: “el agua es una llama mojada”. Curiosamente, los poemas que Novalis escribe en Les hymnes á la nuit me llevaron a reflexionar en los temas de la pureza y la purificación del agua propuestos por Bachelard. Desde esas aguas espejeantes llegué a La invención de Morel y, navegando en esa novela, a las artes cinematográficas. No es difícil imaginar el proceso de recepción de una película como una inmersión en el agua y los sueños, además, si como dice Bachelard que hoy padecemos “más que nunca la acción de la imagen”, con el procedimiento propuesto por Bioy Casares es posible “ver” con las palabras algunas de las cintas que no se filmaron en el Danubio, el Mississippi o el Tajo, por lo que proponemos para este mapa del lenguaje las novelas río de Faulkner, de Magris y de Saramago. Mención especial merece el poema “Mar de fondo”, de Francisco Hernández, quien a propósito de Paura (heroína; especie de femme fatale creada por el poeta veracruzano cuyo nombre latino se vincula al pavor que la humanidad siente ante los peligros reales o ficticios) dijo: “Ella es el premio con que sueñan arponeros mutilados, buzos dementes y gavieros incógnitos.” Se cumple así una de las ideas geniales de Bachelard: “La primera tarea del poeta es desanclar en nosotros una materia que quiere soñar.” 

Los siguientes son los títulos de los capítulos de El agua y los sueños:
I. Las aguas claras, las aguas primaverales y las corrientes.
Fue una sustancia, no el “tiempo perdido”, lo que salí a buscar aquella mañana en la cartografía de El agua y los sueños. Con esa mixtura bachelardiana de poesía y psicoanálisis recuperé la atmósfera de un oasis al que mi padre me llevó siendo muy pequeño. Era una colina llamada Las Fuentes Brotantes; aquel lugar estaba cubierto de ojos de agua donde convivían el oro y la turquesa. En ese edén acuático de Tláloc tuve la certeza de que siempre recordaría la gloria que sólo poseían las aguas claras de la iniciación en Mesoamérica.

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 II. Las aguas profundas, las aguas durmientes, las aguas muertas, “el agua pesada” en la ensoñación de Edgard Poe.
Todo el horror que viví cuando era adolescente, y que todavía hoy me provoca La caída de la casa de Usher, se azoga en el tenebroso espejo de agua donde se refleja la diabólica mansión. Poe inicia su relato frente a esa fosa común de aguas muertas y en ella termina la historia del siniestro. Todo lo que representa el incestuoso deseo de Roderick Usher (por otro lado satisfecho durante el mismo proceso de escritura) se abre y se cierra en el inconsciente del lector. Para que mi espíritu infantil aceptara como posibles algunas experiencias de este tipo, recurrí a una buena cantidad de bebidas “espirituosas” hasta que un día experimenté como propia esta sentencia autobiográfica de Allan Poe: “Desde tiempos de mi niñez... no pude llevar mis pasiones desde una común primavera.” Pronto me di cuenta de que no había mejor manera de fluir con mi compleja situación anímica que “insistiendo en el agua”; por algo Baudelaire, el gran crítico de Poe, había sentenciado: “Hombre libre buscarás el mar.” Esa “sustancia madre”, como la define Bachelard, era algo que yo sin saber buscaba. La sensación final que me dejaban aquellas celebraciones dionisiacas era como la de mi sueño recurrente con el tsunami. Auden describe un sueño de Wordsworth donde Don Quijote se aleja del sitio donde un tsunami (símbolo del inconsciente que desea hacerse consciente) está a punto de irrumpir en el desierto donde el poeta está soñando. Una riada de profundis vuelve arremetiendo con su carga.
III. El complejo de Caronte
Dice Bachelard que el “imperio de la muerte en el alma de Poe es el recuerdo de su madre moribunda”, y agrega que “para algunos soñadores profundos el viaje en ataúd sería el primer viaje verdadero”. Jung dice que “el muerto es devuelto a la madre para que lo vuelva a parir”. Pensé en el funeral espléndido que Lord Byron le ofreció al poeta Shelley frente al mar; que dicho sea de paso, es análogo al réquiem de Quetzalcóatl, quien a bordo de una embarcación se incineró en el Tillan Tlapallan (el quemadero) para convertirse en Venus, planeta cuyo sínodo irregular fundamenta la cosmovisión de Mesoamérica. Como en la cinta El barón de Munchausen, donde también el romance de Vulcano con Venus se nutre de dos corrientes: de agua y fuego. A este respecto es impresionante la claridad de Bachelard: “Un psicoanálisis completo de la bebida […] debería presentar la dialéctica del alcohol y de la leche, del fuego y del agua: Dionisos contra Cibeles.” Agregaría Apolo- Afrodita y un estudio completo del enigmático Espejo humeante.
IV. El complejo de Ofelia.
He visto una docena de litografías y pinturas de suicidas amorosas. En esta cartografía, esas jóvenes muertas van a la deriva y son representadas por el personaje de Ofelia, cuyo nombre significa “la que socorre a otros”. Ella, a la que Shakespeare hizo representar el papel de una mujer desequilibrada –y sospechosa de pecado–, ofrece una coartada inmejorable a un príncipe Hamlet asexuado y paradigma del hombre contemporáneo para eximirlo de la culpa.
V. Las aguas compuestas se ligan con la supremacía del agua dulce.
Dicha fusión la viví en un litoral salvaje del Istmo de Tehuantepec. Una noche, después de navegar en las aguas del Mar Muerto, encontré refugio en una islita. Enfrente de mí, como si reventaran en el más allá, escuchaba las olas del mar abierto. Al amanecer superé una barra dorada que divide al Mar Muerto del Océano Pacífico, azul y vivo de Tehuantepec. Luego caminé muerto de sed por una playa, hasta que encontré un pozo de agua dulce. Como dice Bachelard, “estaba viviendo el largo sueño del enlace”.
VI. El agua maternal y el agua femenina.
En el fondo del mar, muy cerca de Acapulco, habita una Virgen de Guadalupe. Hace medio siglo mi padre me llevó a conocerla en una lancha con fondo de cristal. En la película Inteligencia artificial un androide –construido con el mismo control de calidad de los “replicantes” de Blade Runner–, es decir dotado de sentimientos superiores a los del promedio humano, aguarda durante siglos bajo el mar a que reviva una escultura que ha confundido con su madre. El santo bebedor muere intentando pagar un préstamo que no pidió, mientras contempla con la mente sumergida en alcohol a Santa Teresita de Lisieux.
VII. Pureza y purificación. La moral del agua.
Sueño. Dentro de una gruta mi padre me invita a bañarme en una poza de aguas termales ambarinas. De la bóveda se desprenden siete esqueletos como los que aparecen en la película Jasón y los argonautas. Una energía, a la que sólo puedo definir como la divinidad, mata a las muertes que estaban empotradas en la “bóveda craneal”. Mi padre y yo navegamos sobre unas aguas azul marino en una fragata que transporta botellitas de Old Spice.
VIII. El agua violenta.
La naturaleza de este vehículo puede referirse al Maelstrom, que en su expresión de mayor octanaje es producido por el agua ardiente. De estas aguas conviene explicar algunos mitos y el comportamiento de tres héroes civilizatorios. En Mesoamérica encontramos a Quetzalcóatl bebiendo pulque y teniendo relaciones sexuales con su hermana, la encantadora Quetzalpetlatl. Atravesando el océano, llegamos a la patria de Arturo que vive una historia parecida con Morgana. Dionisos, cuya iconografía en su viaje de regreso a India lo muestra navegando viento en popa impulsado por una rama de vid, a diferencia de Alejandro Magno, quien finalmente fue derrotado por los místicos guerreros de India, no tuvo que luchar para conquistarlos. La historia de la humanidad enseña que los devotos de Dionisos suelen ser proscritos y deseados. Algunos de sus avatares trágicos son Rimbaud, Nijinsky y Jim Morrison, quienes forman parte de un grupo de artistas superiores.
IX. La palabra del agua
Con este tema Bachelard cierra su ensayo. Es el agua que viene de las fuentes y la lluvia, es el agua del “lenguaje fluido”, como dice este verso del Martín Fierro: “Las coplas me van brotando como agua de manantial”, o también esta balada de Saint John Perse: “Vosotras, las que limpian a los muertos, en las aguas madres de la mañana… lavad también la faz de los vivos; lavad, ¡oh lluvias! la faz triste de los violentos…” lo cual significa, casi sin que me dé cuenta, de que he regresado a la gloria de Las Fuentes Brotantes.

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