Versión castellana
de ALEJANDRO CASONA
EDITORIAL LOSADA,
S. A.
ISBN: 950-03-0412-0
Diseño de tapa: ALBERTO DIEZ
Digitalizado por Anelfer
Octubre 2002
El Kálevala
—título que significa la tierra de los héroes— es el poema nacional de
Finlandia. Estrictamente es una colección de cantares épicos tradicionales,
reunidos bajo apariencia de poema. Su origen se remonta a los siglos VI a XIV,
desde que los hombres de lengua finesa se establecieron en el territorio que
hoy se llama Finlandia hasta la invasión de los suecos. Desde luego, al
transmitirse de siglo en siglo, estos cantos sufrían alteraciones, pero en
conjunto representan bien aquella época lejana.
El idioma de
Finlandia pertenece a la familia finno-úgrica, muy distinta de la indo-europea,
cuyas lenguas ocupan la mayor parte del territorio de Europa y parte del de
Asia (principalmente la India, la Persia, la Armenia, la Siberia). Los
principales representantes del grupo finno-úgrico, cuyos orígenes se sitúan
hipotéticamente en la cuenca del Volga, son —además del finlandés— el
estonio, el lapón y el húngaro. El finlandés recibe desde el final de la Edad
Media la influencia del sueco: conquistada Finlandia por Suecia, se impone allí
como oficial el idioma de la nación dominadora y se difunde como medio de
expresión literaria; pero la lengua popular se mantuvo, y a ella se tradujo la
Biblia desde el siglo XVI. En los campos, sobre todo, persistían los viejos
cantos del pueblo finlandés, y aparecían siempre nuevos poetas.
En 1822,
Zacharias Topelius recogió y publicó unos pocos cantares finlandeses sobre las
leyendas de los hijos de Káleva (Finlandia). Después, el doctor Elías Lönnrot
se dedicó a reunir todos los cantares sobre esas leyendas: para ello recorrió
el país, penetrando hasta regiones muy apartadas, durante varios años, desde
1828; después los organizó en serie, de manera que constituyesen una especie de
poema, y con el título de Relévala los publicó en 1835. La importancia de esta
publicación fue tal, que en Finlandia se celebra como fecha fausta el 28 de
febrero, día en que circularon los primeros ejemplares del libro de Lönnrot.
Desde ese momento, el idioma finlandés adquirió prestigio literario en las
ciudades, y los hijos del país se dedicaron a su cultivo, abandonando en parte
el sueco. La moderna literatura finlandesa, data, pues, de la publicación del
Kálevala.
En la primera
forma que le dio Lönnrot, el poema contenía 12.000 versos, divididos en doce
runos o cantos. Pero el gran folklorista no se detuvo ahí: continuó recogiendo
cantares, y en 1849 publicó una nueva edición, ampliada hasta 22.793 versos,
divididos en cincuenta runas. Después de la muerte de Lönnrot, A. V. Forsman
publicó una edición en 1887 con adiciones nuevas.
El Kálevala
está escrito en versos de ocho sílabas; no tienen rima, pero sí aliteración, o
sea repetición de fonemas iniciales o importantes dentro de cada verso; además,
se emplea el paralelismo de imágenes o de ideas.
La versión que
damos aquí, en traducción del distinguido escritor D. Alejandro Casona,
procede de la síntesis hecha por Charles Guyot (París, 1926) sobre la base de
la traducción francesa del doctísimo Léouzon Le Duc (1868).
He aquí que
en mi alma se despierta un deseo, que en mi cerebro surge un pensamiento:
quiero cantar, quiero modular mis palabras entonando un canto nacional, un canto
familiar. Las frases se derriten en mi boca, los discursos se atropellan;
desbordan mi lengua, se expanden alrededor de mis dientes.
Antaño, mi
padre me ha cantado esas mismas palabras tallando el mango de su hacha; mi
madre me las enseñó haciendo girar el huso. Yo entonces no era más que un niño,
una pobre criatura inútil que se arrastraba por el suelo a los pies de la nodriza,
con la barbilla goteante de leche. Pero hay otras palabras además: palabras que
yo he recogido en las fuentes de la ciencia, encontrado a lo largo de los caminos,
arrancado entre las malezas, desgajado de los árboles en las altas ramas y amontonado
al borde de los senderos, cuando en mi infancia iba a guardar los rebaños entre
los pastizales con arroyos de miel y las colinas de oro.
También el
frío me ha cantado versos y la lluvia me trajo sus runas; los vientos
del ciclo y las olas del mar me han hecho oír su poema; los pájaros me
enseñaron su trino, y los árboles desmelenados me han invitado a sus
conciertos.
¡Sí! Yo
cantaré un canto magnífico, un canto espléndido, cuando haya comido el pan de
centeno y haya bebido la áspera cerveza. Y si la cerveza me falta, mi lengua
seca invocará al rocío; y cantaré para alegrar la noche, para celebrar el
esplendor del día. ¡Cantaré hasta la aurora para brizar la salida del sol!
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