Lo único que es imperdonable al PRD es la incapacidad de sus dirigentes para aprovechar la profunda crisis que vive el país con propuestas alternativas. Tenían la mesa servida y la volcaron con alimentos y bebidas. Lo más asombroso es que se quedaron sentados en sus sillas, como si no hubiera pasado nada, y sólo cerraron los ojos para evitar la salpicadura de lo que estaba en la mesa y cayó al suelo. Ni se les ocurrió pensar que si los demás se quedaban sin comer, ellos también. La mesa no se volcó sola, la tiraron los propios comensales y desperdiciaron su contenido, incluidos los errores de Calderón, que eran y son gran alimento para los partidos opositores, si hubieran sabido aprovecharlo. Bueno, el PRI sí los aprovechó parcialmente, y digo parcialmente porque en realidad usó su fuerte y organizado aparato para ganar, más que elaborar propuestas a partir de todo lo que no anda bien en el país.
La dirigencia del PRD y el mismo López Obrador, cuya voz suele llegar más lejos que la de Jesús Ortega, no articularon un programa de campaña a tono con los principios de su partido, que, mal que bien, tienen diferencias con los de otros partidos igualmente competitivos (en 2006, porque ahora el sol azteca está muy por debajo del PRI y del PAN).
Hicieron de la campaña electoral una copia, no sé si fiel o defectuosa, de las vacías campañas de sus adversarios. Y sus dos relativos aliados, PT y Convergencia, no sólo hicieron lo mismo, sino que incluyeron entre sus candidaturas a gente como El Fish y Adolfo Orive, ambos de triste memoria para quien todavía la tiene (porque hasta la memoria se ha perdido).
No era muy difícil preparar un programa electoral ante la situación del país provocada, en buena medida, por los neoliberales que se apoderaron del gobierno federal, tanto priístas como panistas, desde 1982. La denuncia y su propuesta de solución de tantas políticas contrarias al pueblo de México y al país en su conjunto estuvieron ausentes en la campaña del PRD, el partido supuestamente de izquierda. Hay aspectos muy sentidos por la población que ni siquiera requieren los conocimientos de un buen economista para exponerlos. Bastaba bajarse del pedestal, salir a pie a la calle y conversar con la gente para conocerlos. Los ignoraron, como ignoran a la base de su partido, y cambiaron las propuestas por frases huecas y fotografías que no dicen nada, pues hasta en sus barrios son desconocidos.
Los chuchos querían el partido y cuando lo consiguieron, gracias al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, el mismo que dio el triunfo a Calderón, no supieron qué hacer con él. En lugar de sumar, restaron; en lugar de fortalecer el partido lo debilitaron; en lugar de recurrir a sus bases para llevar a la gente sus principios y programa, las ignoraron. En síntesis, se embelesaron con sus cargos de dirigentes y racionalizaron tontamente que el partido eran ellos y no todos los que, por mil razones, se afiliaron a él. Olvidaron una antigua práctica de las izquierdas, que por muchos años consistió en convertir a los afiliados en militantes y formar cuadros políticos para mejorar la acción de sus bases. La capacitación política, que en sus primeros años se intentó con enorme timidez, fue abandonada y los afiliados lo único que conocieron de su partido fue lo que aparecía en periódicos, es decir, pleitos, corrupción económica y política, ausencia de ética partidaria, zancadillas y componendas viciosas para repartirse el maltratado pastel.
Los líderes, unos dirigentes y otros no, dejaron de lado las discusiones necesarias para establecer acuerdos, al menos en lo que tenían en común, y antepusieron sus intereses personales y de grupo en lugar de pensar en el partido como un edificio que se construye y al que debe darse mantenimiento. Esos líderes emprendieron una estúpida lucha de hegemonías y el resultado fue que ninguno la logró. Sólo obtuvieron parcelas de poder y aún no saben para qué. Digamos que les faltó humildad, por no referirme a la honestidad.
Hoy los líderes quieren arreglar las cosas (ahogado el niño) mediante negociaciones de cúpula, ya que no saben hacerlo del modo en que debieran, por ejemplo con un plebiscito interno (si acaso tienen un padrón de afiliados y militantes). Puede ser que se pongan de acuerdo, pero pasan por alto que un partido no es su dirigencia. Ahora hasta el PAN, tradicionalmente un partido de cuadros, trata de ser de masas, con todo lo que esto implica.
El PRD no perdió por ser de izquierda, si acaso lo ha sido, sino porque no ha sabido ser un partido. Y no ha sabido porque sus dirigentes actuales, lejos de tomar el ejemplo de AMLO en 2006, que les guste o no posicionó al partido como la segunda fuerza electoral, actuaron como adolescentes rebeldes que, con tal de no ser confundidos con el padre o el hermano mayor, hacen lo contrario para afirmar su personalidad en construcción.
En todos los partidos hay corrientes ideológico-políticas y tendencias, pero en el PRD, desde su fundación, ha habido grupos, denominados tribus, y éstas nunca quisieron disolverse por el bien del partido, la organización que fundaron todos. Lo peor, incluso una vergüenza, es que algunos prefirieron hacer acuerdos, bajo el agua, con los adversarios que con los de su propio partido y con otros que han sido aliados naturales. Si se tratara de ciudadanos de un país estableciendo acuerdos con el gobierno de otra nación, se les llamaría traidores. En el PRD no han faltado los que han querido invertir las cosas, so pretexto de los estatutos, y llaman traidor a quien ha querido fortalecer el partido y sus alianzas con semejantes y no a quien ha transado con el gobierno que a la mala se hizo de él.
Refundar el PRD, después de un análisis serio y honesto de lo que ha sido su historia, no es una expresión sin sentido: es una necesidad. El país necesita una izquierda partidaria y diferenciada de sus adversarios, y no sólo un cambio de dirigentes, como está intentando el PAN.
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